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Terror en los años 50

Las hermanas “Poquianchis” nacieron en el estado de Jalisco durante la década de 1920. Sus nombres eran Delfina, María, María de Jesús y Carmen. Desde jóvenes, su familia vivió en condiciones precarias, lo que las llevó a buscar formas de sobrevivir en un entorno hostil, consiguiendo maneras fáciles e ilegales de generar dinero. ¿Su negocio? La prostitución 

La situación social y económica en México durante este periodo fue tumultuosa; la Revolución Mexicana había dejado profundas cicatrices y el país padecía problemas de pobreza y violencia. Las mujeres, en particular, enfrentaban limitaciones significativas en términos de oportunidades laborales y derechos, lo que a menudo las empujaba hacia la marginación y la explotación.

La carrera criminal de estas hermanas inició al abrir una casa de citas en su tierra natal. Rápidamente, expandieron su negocio, creando una red de burdeles que se extendieron a varios estados. Actualmente se estima que operaron hasta 20 casas de citas, donde explotaban a mujeres jóvenes, muchas de ellas provenientes de familias de bajos recursos. Estas mujeres eran captadas bajo falsas promesas de empleo u oportunidades, pero una vez dentro del sistema, se encontraban atrapadas, siendo víctimas de abuso sexual, físico, psicológico y violencia extrema que consistía en golpes, insultos e incluso en terribles practicas de abortos clandestinos que les practicaban a sus víctimas, quienes perdían la vida en este acto o bien, contraían graves infecciones. 

Además, se dice que las hermanas cometieron múltiples asesinatos. La cifra de víctimas varía según las fuentes, pero se habla de hasta 150 muertes a manos de estas mujeres y sus cómplices. Y se mencionaba que muchas de sus víctimas eran mujeres que intentaron escapar de sus redes o que no cumplían con las expectativas de trabajo en sus burdeles.

Para aquella época, que unas mujeres vivieran bien, sin necesidad de un hombre era algo poco común, sin embargo, las hermanas Poquianchis lo consiguieron por medio del soborno a funcionarios locales y a la policía, que les permitían operar sin temor a represalias. Su red de corrupción era amplia, y esto les otorgó un poder significativo en las comunidades donde estaban presentes. Sin embargo, la violencia y el terror no eran solo estrategias de negocio; las hermanas eran conocidas por su brutalidad y por hacer desaparecer a aquellos que se interponían en su camino.

Pero, como todo lo que empieza, tiene fin. La impunidad de las Poquianchis llegó a su fin en 1955, cuando un grupo de mujeres logró escapar y denunciar los abusos a las autoridades. Esta denuncia desencadenó una investigación que llevaría a la detención de las hermanas y varios de sus cómplices. Durante la operación policial, se hicieron públicas las fosas comunes y se empezó a desentrañar la magnitud de su crimen organizado.

Posteriormente, esta red fue descubierta y su caso se hizo mediático, revelando sus acciones y abriendo debate sobre la red de trata de personas y la explotación sexual más grande que ha habido en México. Por su parte, las hermanas fueron sentenciadas a 40 años de prisión, aunque algunas fuentes indican que cumplieron solo una fracción de esta condena.

Pese a que, para muchos, estas mujeres fueron unas delincuentes en potencia que no merecían perdón por sus actos, otros más, se centraron en el rol de la mujer en una sociedad patriarcal y violenta. Además, de exponer destaca la falta de protección para las mujeres en situaciones de riesgo. En la actualidad, la historia de las Poquianchis sigue resonando, recordando a la sociedad la importancia de luchar contra la violencia de género y la explotación.

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