Una devoción que se transforma en identidad. Con las fiestas decembrinas y la celebración a la virgen de Guadalupe a sólo un paso de distancia, Imágenes, estatuas, altares, y hasta calendarios, la Virgen de Guadalupe prevalece como una imagen bien presente en las entrañas de la cultura mexicana.

La historia de la Virgen de Guadalupe, esencialmente se toma desde el relato de sus apariciones a Juan Diego y su posterior grabado en la tilma del devoto, lo que posteriormente llevaría a la gradual construcción de la Basílica. Una historia que consolida a la “Guadalupana” como uno de los símbolos más presentes en la religión católica y la identidad cultural mexicana.

En este sentido, la devoción católica es una de las que más fieles tiene en el mundo, y en el caso de la población mexicana, se ha establecido incluso en Estados Unidos, donde emergen muchas iglesias católicas con feligreses connacionales en las que se incluye una capilla dedicada a la Virgen de Guadalupe.

Sin contar que la Basílica de Guadalupe se ha consolidado como uno de los santuarios más concurridos de toda América Latina contando con hasta 10 millones de personas al año.

No obstante, más allá del escenario religioso, la Virgen de Guadalupe se consolida como un símbolo de fe, pero también de resistencia cultural, especialmente porque, aunque sus orígenes convergen con la inserción de las creencias españolas durante la colonia, la imagen de la Virgen se consolidó como un lazo que encontraba las creencias aprendidas con prácticas indígenas. Un ejemplo de ello se refleja en la continua veneración de deidades precolombinas como Chihuacoatl, asociada a la maternidad, a la fertilidad y la protección de las mujeres.

Ante este panorama, donde la Virgen de Guadalupe trasciende la religión y permea en la construcción identitaria de la población mexicana, información de la UNAM, en la Facultad de Psicología, resalta el desarrollo del culto guadalupano en torno a las necesidades y experiencias cotidianas de las personas, especialmente en las menos favorecidas de la esfera social.

Así, la imagen de la Virgen se representa a través de una amplia gama de representaciones. La vemos en veladoras, playeras, accesorios, libretas, obsequios y hasta retratada a través de técnicas artísticas como el grafiti y hasta el tatuaje.

De este modo, la imagen de la Guadalupana trasciende a distintos estratos sociales y visiones, viajando desde sus espacios en templos, capillas y vestimenta, hasta objetos de uso cotidiano y la misma televisión.

Un ejemplo de ello es la conocida “Virgencita Plis”, a manos de la empresaria y diseñadora Amparo Serrano, que surge de su interés por las artes plásticas, la cerámica y de “un mundo donde todo es caricaturas”. Fue entonces que, según la anécdota contada por la diseñadora, con estas bases dio origen a este diseño tan particular de la Virgen de Guadalupe, como parte de un encargo para un bautismo. Posteriormente, cuando el diseño salió a la luz pública, y se consolidó la marca “Distroller”, la imagen fue tan popular que incluso se extendió a diferentes partes de latinoamérica y España.

O también tenemos a la Rosa de Guadalupe, un programa bien conocido por muchas y por muchos mexicanos, que además se caracteriza por ser uno de los primeros (y si no, es el pionero) en realizar programa televisivo en torno a una figura religiosa, y que, según su creador, Carlos Mercado Orduña, surge precisamente de la devoción y la fe que le guarda a la Virgen.

No obstante, más allá de los memes y particularidades que puede poseer, su éxito es uno de los reflejos que ilustra la importancia que guarda la Virgen de Guadalupe en el contexto cultural de las y los mexicanos.

Envuelta en misticismo, devoción, identidad, resistencia y cultura, la Guadalupana se consolida como un fenómeno cultural complejo, diverso y, de cierto modo, como un ancla cultural y espiritual que reafirma la identidad de sus creyentes en un mundo que se encuentra en constante movimiento, “el testimonio de una fe viva y dinámica que se adapta a las realidades contemporáneas”.